La mayoría de la gente tiene en casa un cajón destinado a las medicinas. De esa chistera extraemos remedios para casi cualquier malestar que nos asole, todo antes que visitar al médico, no vaya a ser que nos diga algo que no nos guste oír. La automedicación suele equivaler a un autoengaño flagrante, basado en el proverbial “me ha dicho fulanito que le dijo menganito que esto es mano de santo“, una firme sustentación teórica a una ruleta rusa que en los últimos tiempos ya no tiene espacio para más balas. Si alguien pensaba que las bacterias eran gilipollas, los últimos estudios demuestran que también ellas nos estudian y aprenden. No vean cómo aprenden. Ante una avalancha de antibióticos mal administrada, los bichos que sobreviven se dedican a blindarse químicamente contra nuestro veneno, y en la siguiente remesa se toman tranquilamente un gintonic a nuestra salud, o mejor dicho, contra ella. Se inicia entonces una carrera armamentística que ríase usted de Reagan: los microorganismos mutan, nosotros desarrollamos nuevos fármacos, y ellos vuelven a cambiar de loriga. Estas “superbacterias”, si tienes la mala suerte de encontrártelas en una calle oscura, apenas tiene tratamientos alternativos, con la consiguiente septicemia, neumonía o la desgracia que te toque, y en un suspiro te encuentras a San Pedro pidiéndote el tique de entrada. Los que se hayan reencarnado unas cuantas veces recordarán cómo era el mundo preantibiótico: la gente fallecía por gonorrea, tuberculosis, sífilis; una muela infectada sería un asunto de vida o muerte; las pandemias asolaban Europa… Las bacterias, como los humanos, son cotillas, disfrutan del rumor, y cada vez que no usemos la proporción correcta de antídoto, ellas se dan entre sí con el codo, se pasan información genética, producirán las encimas para contrarrestar las sustancias que les son nocivas. No hay mayor error que pensar que el enemigo no sabe lo que está haciendo. Y está haciéndolo ahora, en este mismo momento, mientras usted está leyendo este artículo.
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1 comentarios:
Sencillamente, son las leyes de le evolución que descubrió en su día Darwin.
Los individuos que sobreviven son los mas fuertes. Y ante un mal tratamiento con antibióticos retirados antes de tiempo, las bacterias que sobreviven se hacen resistentes al fármaco tomado. Lo dicho, pura evolución.
Volveremos a los tiempos del abuelo, y acabaremos "palmando" otra vez de neumonía.
Saludos.
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