Las mujeres vitrificando óvulos. El declive demográfico español con el año 2015 como “deadline” en que se producirán por primera vez más muertes que nacimientos. La insuficiencia del saldo migratorio para compensar. Seremos menos, seremos más viejos, seremos más dependientes. Todos calvos salvo aquellos que tengan ese gen milagroso de la melena apolínea. Somos dueños de una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo, nadie se arriesga cuando en el fondo del bolsillo solo hay pelusa y cáscaras de pipas. Nuestros vecinos franceses -a pesar del recorte de su universalidad en función de la renta- han desarrollado una cultura de ayudas familiares de 129 euros a partir del segundo hijo, con las familias de tres churumbeles percibiendo 295 euros al mes, y las de cuatro, 460 euros. A partir de ahí la ayuda aumenta a 165 euros por cada nuevo hijo, etc… Así les va, mejor que a nosotros, por supuesto, con nuestra pirámide poblacional invertida, suspendiendo estrepitosamente no solo en el soporte a las familias -menos del 0,1% del PIB-, sino también en los espacios de conciliación laboral, bajas de maternidad, y otra vez “etc“. Y no les hablo de Suecia o Dinamarca porque nos pondríamos a lágrima viva. Esta parálisis ante los nuevos desafíos va camino de convertirse en una tradición como el café cortado, y cuando acabe la travesía del desierto y echemos un vistazo a la espalda no va a quedar ni el tato para celebrar la llegada a la tierra de bonanza. En la película “El Congreso” la solución la proporcionaba el mundo corporativo con un subidón químico programado para mantenerte en un estado de beatitud en tecnicolor, y camuflar esa realidad que tanto nos disgusta. No sé qué es peor, el entreguismo o la ceguera. Spinoza decía que no llorásemos, que no riésemos, mejor que nos pusiéramos a la tarea de comprender las cosas. Y lo que también hay que entender es que si no hay nuevas generaciones, ¿quién va a sostener la financiación del sistema de seguridad social?, ¿quién va a atender a los mayores?. Recuerdo aquel cuento en que el último hombre la tierra oye sonar el teléfono…
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1 comentarios:
De hace poco para acá visito con mucha frecuencia a una niña de once meses y a un niño de un año recién cumplido. Les miro con mucho interés porque han nacido en una época en que unos roban el dinero de otros con bastante impunidad y el paro campa a sus anchas. Me digo que no han nacido en el mejor momento, pero que suerte que estén ahí con su sonrisa inocente que esboza sus primeros dientes. Y su cuerpo estirado que comienza a sostenerse por sí mismo.
También a veces me descubro observándoles con extrañeza, porque en las familias comunes tal acontecimiento se va espaciando en el tiempo. No todo el mundo rasga bolsillos vacíos y se atreve a seguir sumando la vida, como la mayor riqueza que se pudiera tener.
Bravo por ellos
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