Me emocioné leyendo la última anotación en el diario de William S. Burroughs: "No hay nada. No hay sabiduría final ni experiencia reveladora; ninguna jodida cosa. No hay Santo Grial. No hay Satori definitivo ni solución final. Solo conflicto. La única cosa que puede resolver ese conflicto es el amor. Amor puro. El calmante más natural para el dolor que existe. Amor". Debe ser que me estoy haciendo mayor, y cada vez más sentimental, porque también yo considero que el amor nos salvará. El día de San Valentín celebramos que un sacerdote romano se enfrentara al emperador Claudio II -la cosa acabó en martirologio, as usual- aliñado con un diosecillo gordinflón y alado que busca hacer diana en nuestros pechos y azucaradas campañas de marketing para animar al consumo. Pero aquí de lo que se trata es de mantener ondulante la llama de ese misterio llamado amor. Sobre todo el que a mí me parece el más real, uno lúcido, sin pasión; un amor de a diario, que no te idealiza y se levanta contigo por las mañanas y te ama por tus defectos. Quienes son poseídos por ese arcano aman sin perderse el respeto a sí mismos, son generosos, comprensivos, alegres, y no se olvidan de su sana ración de sexo, por supuesto. Uno, que se dedica tan fuertemente a escribir, se vuelve egoísta y no dedica al amor todo el tiempo que quisiera, pero tiene la suerte de estar con una persona que da más de lo que seguramente recibe, porque comprende que sin ese equilibrio que me proporciona, quedaría desbordado por ese otro misterio que es la literatura. La vida, a veces, te concede ese tipo de regalos. Y puedo asegurar que encontrar la pareja adecuada es lo mejor que te puede suceder. Siempre he pensado que es contraproducente tener ideas preconcebidas en el amor, si dices "quiero alguien que sea así o asá" puede que estés desechando la posibilidad de ver a la única persona que podría ser perfecta para ti. Por eso recomiendo abrirse a medias la camisa para que esa divinidad un poco ridícula y medio cegata pueda hacer tiro al blanco sin mayores obstáculos. Tiene un carcaj lleno de flechas. Y nunca se sabe.
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