Un astronauta perdido en el espacio...
"LAS COSAS PRODIGIOSAS SOLO LAS HACEN LOS NIÑOS, O LOS HOMBRES QUE SABEN COMPORTARSE COMO SI AÚN LO FUESEN. ES ENTONCES CUANDO SE TIENE MÁS VIDA QUE TIEMPO. MÁS ESTRELLAS QUE NOCHE. Y, SOBRE TODO, ESPERANZA, MUCHAS MÁS ESPERANZA. UNA ESPERANZA QUE LE AYUDA A FLOTAR, A CALENTAR EL FRÍO QUE SE CUELA POR LOS INTERSTICIOS DEL TRAJE, QUE LE SUGIEREN LOS SÍMBOLOS QUE LE REMITEN A OTRAS REALIDADES".
Cuando pienso en Internet siempre imagino a los brillantes guerreros de la película Tron, un mundo por cuyas venas digitales discurría la voluntad soberana de un programa totalitario, el CCP, que regía sobre vidas y haciendas. Notable parábola que siempre consideré como una siniestra heterotopía, hasta que hace poco me di cuenta de que vivíamos en ella. El viejo adagio de que la información es poder, se ha trocado en que la información es dinerín contante y sonante. Todos los negocios de la red que parecen gratuitos, Google, Facebook, Twitter… basan su estrategia de negocio en la información que nosotros, cándidos usuarios, les regalamos. Algo que priori parece inocuo, esa foto en la playa con los amiguetes o en medio de una pizpireta reunión familiar, ese comentario acerca de nuestra música favorita o el lugar en que hemos “turisteado”, se convierte para la empresa en una gigantesca veta de datos personales. Tiempo de actividad en la red, web visitadas, gustos, aficiones, fobias, amigos… yottabytes de conocimiento sobre nuestras formas de vida orgánica, que les sirven luego para mercadear cual fenicios postmodernos con entidades bancarias, agencias de publicidad o cualquier otro modelo de minería de datos. Basta con apretar el botón de aceptación de condiciones de uso, para que toda nuestra vida se coloque sobre una manta, a fin de que Big Data, el cruce universal de datos, logre no ya recomendar a una agencia de viajes que nos envíe publicidad justo durante el periodo en que estamos considerando ese viaje a la costa turca, sino que, en el futuro, logrará predecir exquisitamente nuestras pautas de comportamiento. En segundos, cualquiera de nuestras ansias, deseos o frustraciones, recibirá acicate, satisfacción o lenitivo mediante la inserción de la publicidad exacta en el lugar y momento exacto. Preparémonos para la lucha que se avecina, camaradas humanos, porque un fantasma recorre la red. Nosotros, igual que en la película, motos de luz y juegos de cesta mediante, habremos de buscar al programa de seguridad Tron que nos manumita de la tiranía de CCP, y permita que nuestra vida real sufra mínimos daños colaterales.
Quienes, como un servidor, disfrutan apasionadamente con el género gótico, sabemos que todo se basa en la atmósfera. Lo sabían Villier de L´Isle-Adam, Maupassant, Nodier, Dunsany, Le Fanu, Potocki… Crear una atmósfera de conflictos emocionales irresueltos, formas movedizas, sensibilidades enfermizas e intensas, escenarios misteriosos, destinos irreversibles. Ese algo indefinible es lo que sencillamente borda Thomas Ligotti en su libro de cuentos “Noctuario“. Ante nosotros tenemos un maestro que despliega todo un museo del misterio, un retablo infinito y antrópico lleno de dinastías de polvo, miedos primigenios, ciudades atacadas por la negrura, canibalismos rituales, marionetas letales, libros secretos y terroríficos, razas escondidas bajo la tierra. Thomas Ligotti es terror y metafísica, nihilismo y elipsis. Como ya hemos dicho: atmosférico. Su lectura es incómoda, desafiante, en ocasiones críptica, exactamente igual que esos textos milenarios que aparecen en sus líneas, donde yacen el absurdo de Beckett, la filosofía de Cioran, los sueños alucinados de Lautreamont, las líricas pesadillas de Meyrick, el pesimismo poético y narcisista de Kierkegaard. Tremendo el alucinado cuento “El extraño diseño del maestro Rignolo”, esencial la ausencia de contradicción de los innombrables seres que aparecen en “Otoñal”, inolvidables los sueños letales de ese niño en “El Tsalal”. En algunos relatos falla el final o alguna elipsis aquí y allá, pero el conjunto resulta tonificante y, para un asiduo lector del género como yo, inesperado. Recorran conmigo los larguísimos y sombríos pasillos de la imaginación de Thomas Ligotti; nunca antes unos cisnes posados sobre la superficie neblinosa de una lago les producirán tanta inquietud, jamás serán tan conscientes de que la realidad puede no ser más que un mero simulacro. Sobre todo, escuchen, escuchen cuando el día se acaba y ni siquiera el fuego puede protegernos, a los innombrables de ese cuento indispensable que es “Otoñal”: “Todos los corazones vivos nos invocan con su miedo, y si las circunstancias son favorables respondemos”.
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