Paseando por las playas de Venice Beach, Marina del Rey, Malibú, Laguna Beach… comprendí muchas cosas. Entendí de dónde venía la pereza del Gran Lebowski, los sonidos tribales de The Doors, la atmósfera sofocante que te hace transpirar en las novelas de Chandler, James Frey o Ellroy. Por fin di con el significado de la estrofa de The Eagles, “you can check any time you like, but you can never leave“. Es un proceso de impregnación lento, mucho más que cualquier otro sitio que yo haya visitado, pero que paulatinamente te va encadenando, hasta que supongo que nunca más podrás salir de aquí. Es algo primitivo, es algo telúrico, y Homero, cuando creó la isla de Circe, debía estar intuyendo California. El tiempo sufre aquí una distorsión, y cuando te das cuenta, han pasado un par de horas con una cerveza en la mano y nada en la cabeza. Las puertas de la percepción están abiertas y al otro lado está el infinito. Es placentero, es peligroso. El sonido de mantra de la electricidad en los antiguos tendidos eléctricos que sobrevuelan las calles de asfalto cuarteado; los colibríes que flotan en su incesante búsqueda de calorías para mantener las 2000 pulsaciones por minuto de su corazón; las luces parpadeantes de los vuelos nocturnos, ubicuos, remedando los cielos de Blade Runner; los chiringuitos de marihuana medicinal, que suministran su dosis de olvido a los incesantes lotófagos…. Aquí hay brujería, y por eso imagino a los primeros españoles que pusieron pie en estas tierras persignándose entre el miedo y el placer, ante todo el abanico de tentaciones que se abría ante ellos. I,m the Lizard King, proclamaba Morrison, I can do anything. Anzuelo, fascinación, trampa, sugestión… todo te susurra que puedes abandonar la historia y dejarte llevar, siempre habrá un Rolling Wrap a mano, una puesta de sol con las tonalidades de un Tequila Sunrise, una adolescente dorada con la que pasar el resto de tu vida… Bienvenido, nos dice un misterioso anfitrión, bienvenido a California, aquí tendrás un montón de amigos, un eterno y dulce verano, una coartada para todo lo que te apetezca hacer. Esto puede ser el Cielo. Esto puede ser el Infierno.
Rolling the Empire: Skid Row, Los Ángeles
De IGNACIO DEL VALLE | jueves, 25 de octubre de 2012 | 18:08
Las sombras de los imperios son densas, tan oscuras como resplandecientes son las fachadas de sus edificios totémicos, tan crueles como magníficos sus documentos constitucionales. Quienes todavía duden de la necesidad de un MEDICARE, tendrían que darse una vuelta por Skid Row. Hay que ir de oficio, no está incluido en la ruta turística.
En los aviones se producen todo tipo de historias, hilarantes, absurdas, ridículas, verdaderas tragedias, o directamente películas de terror. En este caso hubo humor, tan necesario para contrarrestar a los inquisidores de cada día, que tienen una casa bajo cada piedra.
En mi vuelo Nueva York-Los Ángeles, uno de los pasajeros comenzó a estornudar repetidas veces. En cada ocasión, un azafato respondía con un respetuoso: "God bless you", nuestro "Jesús" patrio. La cosa fue que el pasajero siguió estornudando sin redención, una y otra vez, y el azafato no estaba por la labor de ser maleducado. Ya partida de risa, la mitad del pasaje esperaba el siguiente e inevitable estornudo, para escuchar el "God bless you" de ritual. Los mismos pasajero y azafato ya no podían evitar la sonrisa. Hasta que en el estornudo número ni se sabe, alguien se adelantó al azafato: "Rest in peace, man", Descansa en paz, tío.
Cuando se piensa en arte neoyorkino, se considera el MoMa, la Frick Collection, el Whitney, el MET, la Hispanic Society... y se considera bien, cómo no. Sin embargo, yo les propongo dos alternativas. Por un lado, la Morgan Library, poco conocida, pero llena de virguerías por doquier, manuscritos de Napoleón, Hardy, Balzac, Thoureau, Shelley, Robert Burns... libretos originales de Mozart, Chopin, Verdi, Mahler... Biblias de Gutenberg, tratados de Vitrubio... Incluso, para los fans, la nota donde Dylan escribió las primeras líneas de Blowin´ in the wind.
Por otro, una visita al Soho y sus galerías de arte de la calle Prince, Lafayette, Wooster o Broadway, les darán una nítida noción de la actual vitalidad creativa.
A veces, entrar en Gotham puede ser más pesado que cuidar a un tamagotchi, debido a los atascos en los aeropuertos y a la capacidad prodigiosa que tienen algunos funcionarios de aduanas para ponerte de mala hostia. Además los precios en la ciudad se han disparado. No obstante, la recompensa lo merece. Porque en Gotham se recaudan toneladas de imágenes y sensaciones, porque una vez que estás dentro, you will never leave. La deliciosa comida india del Saravanaa Bhavan, en el cual nunca más se te ocurrirá decir las palabras “spicy, please”. El determinismo histórico que planta la embajada china justo frente al Intrepid, el portaaviones-museo de la segunda guerra, en la 46 con la 12. Los sopletes destellando en la noche mientras elevan otra planta más en la Zona Cero. La delicadeza de los espacios en el museo de Isamu Noguchi. El ejemplo de superación de aquella chica sin manos en el campus de la NYU. Vislumbrar los espectros que mueven los visillos del Chelsea Hotel, Thomas Wolfe, Brendan Beham, Arthur Miller, Arthur C. Clarke, Tenessee Williams… Las marujas japonesas con sus cámaras aterrorizando a la NYPD frente al edificio de la ONU. Pasar un Oktoberfest metido en un garito de Harlem, rodeado de negros -perdón, afroamericanos- vestidos con Lederhosen, y negras llevando el Dirndl, los trajes tradicionales bávaros, mientras el blanco flipaba. Ver pasar la caravana oficial de Obama mientras los pretorianos vigilaban las ventanillas con armas automáticas. Un dry-martini en el Waldorf, que te transporta en el tiempo. Los bares de karaoke de Hell,s Kitchen, en los que acaban cantando portentosamente los secundarios de Broadway. La perspectiva de los tres puentes desde el Sea Port, Brooklyn, Washington, Williamsburg…
Rolling the Empire: Astronauts and Diapers
De IGNACIO DEL VALLE | sábado, 6 de octubre de 2012 | 20:01
Deambulando alrededor de las cápsulas originales del proyecto Mercury, me contaron una historia entre escatológica y didáctica. Seguro que recuerdan a Lisa Nowak, la astronauta celosa del Discovery, que fue acusada de intento de homicidio tras intentar secuestrar y agredir a otra mujer que consideraba rival por el amor de un compañero de oficio. La susodicha estaba convencida de que Collen Shipman, ingeniera de tierra, mantenía un rollito con William Oefelein, por lo que actuó en consecuencia. La señorita Shipman llegaba un lunes de un vuelo al aeropuerto internacional de Orlando, y Lisa Nowak, ni corta ni perezosa, inició un viaje en coche de un montón de horas desde su hogar en Houston, Texas, hasta Florida. Pero lo que no todo el mundo sabe es que la chica, para no tener que parar a orinar, se puso los MAG -Maximum Absorbency Garment-, los pañales de máxima absorción que utilizan los astronautas en sus misiones, que pueden absorber 400 veces su peso en agua.
Bien, hay otras versiones de la historia, pero esta es la que me contaron y la que más me gusta. Moraleja: por mucha tecnología que desarrollemos, nunca podremos superar a Otelo.
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