Prefiero la bondad al bien. En nombre del bien se ha
destruido demasiado, pero nadie ha matado nada en nombre de la bondad. Con ideas así se construye una de las novelas más
hermosas que he leído en los últimos meses. Lo han definido como una epopeya
gay, y yo añadiría que es un sillar a partir del cual se construye un amor
duradero y esencial -de cualquier signo-, que defiende aquel “cuidado” que
cantaba Battiato. Da igual el color, el género o la orientación sexual, si una
familia funciona solo cabe protegerla con un pistolón lo más
grande posible. Sebastian Barry cuenta la historia de dos flores torcidas,
supervivientes más que logreros, que cruzan la América de mediados del XIX en
busca de la felicidad -o lo que se quiera tomar como tal-. El virtuosismo de su
prosa nos hace cruzar el fuego de lo inverosímil y no quemarnos: Thomas McNulty
y John Cole, amantes y amados, atraviesan un país en construcción, plagado de
convenciones, violencia y tótems religiosos, en el que serán testigos y
cómplices de la crueldad y el esplendor. Para sobrevivir, se travestirán en saloons con faldas y a loco, servirán en
el ejército masacrando a las tribus indígenas, combatirán en la guerra civil…
En el camino, adoptarán a una joven sioux formando una familia que hoy se
denominaría disfuncional, pero, sinceramente, a la vista de todo el amor que se
derrama, quién puede sancionar un canon. Éramos
virutas de humanidad en un mundo rudo, dice Thomas, mientras son
protagonistas de la historia americana, unas veces filibusteros, otras santos, en
las tierras de Misuri, Oregón, Tennesse o California. La prosa es elegante,
fina, y cada palabra “significa”; podría albergar la tentación de compararlo
con el Meridiano de Sangre McCarthyano,
pero en la obra de Barry abunda algo de la que la anterior carece: empatía. Si el
mal es la ausencia de la misma, Cormac ahonda en el mal, mientras Barry lo
neutraliza a base de afecto. Consideren este fragmento: Entonces no creíamos que el tiempo fuera un bien que tuviera fin, sino
algo que duraba para siempre; todo se había detenido en ese momento. Es difícil
explicar lo que quiero decir con eso. Echas la mirada atrás a todos esos años
infinitos en que nunca tuviste ese pensamiento. Ahora lo hago mientras escribo
estas palabras en Tennesse. Pienso en los días sin final de mi vida. Ahora ya
no es así. Estaba leyendo la novela, y no quería que se acabara. Llegué a
la última página, y comencé otra vez.
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