Todo cambia,
aunque no queramos, y casi siempre a peor. Con esta frase, uno de los
protagonistas de la película Las Furias expone un sentimiento trágico de la
vida. La familia como género artístico, lugar de acogida pero también de
disensión, venero de calidez pero rayo que no cesa. Miguel del Arco realiza una
exégesis de la tribu, los Pontealegre, rencillas, pasiones, odios,
hiperestesia… nada que no conozcamos de primera mano y que por lo mismo no
podemos dejar de mirar. Una gavilla de actorazos -qué papel el de Alberto San
Juan-, que pone en escena la catarsis del grupo con un horizonte de referentes
adventicios, Celebration, American Beauty, August, Quién teme a Virginia Wolf…
Las Erinias, las Euménides, las Benévolas; Alecto, Tisífone, Megera; la
implacable, la celosa, la vengadora; terroríficas figuras que no dejan crímenes
impunes y persiguen a los hombres con el mismísimo infierno hasta hacerlos
enloquecer, se ceban en los Pontealegre: matriarcas que se lían con jovencitas,
leyendas del teatro que pierden la memoria, primogénitos marcados por el
cangrejo de la enfermedad, talentos varados en las playas de su propio
desorden… infidelidades, traiciones, envidias, recuerdos demasiado compartidos
que ya no sirven como áncoras para mantener la ilusión de la estirpe. Cada uno
de los nombres, Aquiles, Casandra, Héctor, remiten a una tragedia, y cada una,
con su propia máscara. La única lástima es que tras dos horas de desarrollo
dramático la película termine con un final tan apresurado como inverosímil;
también falla la sobreactuada Macarena Sanz haciendo de niña psicótica, y que
el intento de reproducir la intensidad de la Magnolia de Paul Thomas Anderson
se resuelva en sobrecargas innecesarias de estímulos. No obstante los fallos,
hay más aciertos, y Miguel del Arco, con un caché teatral suficientemente
acreditado, fusiona cine y teatro ya desde las primeras secuencias en las que
la felicidad de un arcádico pasado da paso a unos vínculos familiares tan
estrechos que han llegado a estrangular a los miembros del clan. La tragedia es
el centro de una buena comedia, el drama conlleva la ironía, y nuestra mirada
ha de ser compasiva ante unos personajes que no dejan de reflejar nuestra
humanidad: ¿Quién no ha ido a regañadientes a una comida familiar, recorrida de
los entremeses al postre por todas las cosas que no nos podemos decir, so pena
de que despierten las furias?
El suicidio de
los organismos, las sangrientas victorias pírricas, los obstinados choques de
trenes, el derrumbamiento de alianzas y baronías y comités federales y órganos de
control… todas estas imágenes se confabulan en mi cabeza ante la victoria de
Pedro Sánchez. La militancia ha depositado de nuevo el laurel en su frente
marcoantoniana, cuyo venero es lo asambleario y lo populista en contra del
aparato, que tendrá como consecuencias una sucesión de purgas y desgarros que van a poner contra las cuerdas al púgil socialista. Los bandazos de Sánchez
proseguirán, de la nación de naciones culturales a la ideología marxista -si no le gustan estos
principios, tengo estos otros-; del radicalismo de bases ideologizadas a la
demagogia meliflua según con qué pie me levante. Los Podemitas -que no viene de
poder, sino de podar-, aguardan a que nuestro hermoso tribuno se una a ellos y
a los independentistas en un salto base al abismo populista. El problema no es
solo del PSOE, sino de todos los ciudadanos que estaremos al albur de cada
nueva ocurrencia sobre la plurinacionalidad española, la polarización extrema,
las revanchas históricas, la solución en la calle de lo que no consigan en el
parlamento… hasta que se enfrenten a la realidad, que no se dirime en el
corralito de unos cuantos miles de militantes, sino en las elecciones generales, con el
consiguiente estropicio, y sería el tercero. Se acabó el cabildeo para muñir
las necesarias geometrías políticas, ahora solo habrá puño en alto y propuestas
imbuidas no por el sentido común, sino por las emociones ciegas y un culto al
líder que se va a cargar la descentralización del partido. Para ver el futuro solo hay que fijarse en los
socialistas franceses o en los laboristas británicos. Cuenta Tácito que tras la victoria de Germánico contra
Arminio, las ganas que les tenían a los queruscos eran tantas debido a la
aniquilación seis años atrás de tres legiones en el bosque de Teutoburgo, que
se hizo "una matanza que duró lo que el
odio y el día". Me imagino que cuando le preguntaron a general romano que
cuándo empezaban a meter cuchillo, este respondió: Ya es ya.
Hay una escena iluminadora en El
nombre de la rosa en la que Fray
Guillermo de Baskerville mantiene un enfrentamiento dialéctico con
Jorge de Burgos en el que se discute un tema apasionante: la licitud de la
risa. Uno la defiende y el otro abomina de ella. La risa es propia del hombre,
dice Fray Guillermo, es signo de su racionalidad, mientras Jorge escupe que es
signo de estulticia, el hombre no cree en aquello de lo que ríe, por tanto
reírse del mal implica no estar dispuesto a combatirlo, y reírse del bien
significa desconocer su fuerza. Supongo que si estuvieran envueltos en las
actuales polémicas sobre condenas y twitter también mantendrían una enjundiosa
querella. A mi juicio condenar a una persona por un chiste no resulta ni
prudente ni sensato. Hay chistes obscenos, homófobos, racistas, vejatorios… y
algunos incluso tienen gracia, por muy bestias que sean. El problema es que
antes se quedaban en la barra de los bares y ahora se hacen públicos vía redes
sociales. El humor es un antídoto contra cualquier totalitarismo, y la libertad
de expresión tiene estos inconvenientes; extender la acción de los tribunales
ad infinitum es un gasto de tiempo y dinero, y además no sirve para nada. El
caso Cassandra -que, por cierto, espero que se maneje con la misma jovialidad
cuando le cuenten chistes de transexuales- no es más que un caso de estulticia
e inmadurez que no puede ser judicializado a riesgo de poner a toda la sociedad
en peligro. La guía de Fray Guillermo -tengan a Sean Connery en la cabeza- puede
volver a sernos útil: “A menudo la risa sirve para confundir a los malvados y
para poner en evidencia su necedad. Cuentan que cuando los paganos sumergieron
a San Mauro en agua hirviente, este se quejó de que el baño estuviese tan frío;
el gobernador pagano puso estúpidamente la mano en el agua para probarla, y se
escaldó. Bello acto de aquel santo mártir, que ridiculizó así a los enemigos de
la fe”. Condenar a la gente por un chiste puede provocar la autocensura, y si
alguien hubiera tenido una guillotina virtual en la cabeza, no habrían sido
posibles virguerías como La escopeta nacional, La vida de Bryan, algunas
viñetas de la revista El Jueves, Fargo, American Psycho, Borat, los textos de
Villiers de L´isle-Adam, el robot Bender de Futurama, la serie Black Mirror,
los premios Darwin, los cómic de Fontanarrosa, Lolita…
Yo creo en América. América me ha hecho rico… Desde los
primeros fotogramas de la película en los que Amérigo Bonasera le suelta su
filípica a Vito Corleone, sabías que estabas viendo algo grande. Hay algo
clásico en sus imágenes deslumbrantes, en sus diálogos perturbadores… Habla
Tácito en las primeras páginas de sus anales diciendo que lo primero que hizo
Tiberio al ser emperador fue mandar matar a su hermanastro, suena a Flavio
Josefo contando cómo Antípatro se abrió la túnica y aseguró que él no tenía que
hablar porque ya lo hacían sus cicatrices. Cada personaje habla de nosotros, de
cómo vivimos y morimos, del éxito y la humillación, de la estupidez y el
sentido común, del amor y la traición… Ahora se cumplen 45 años de una de las
obras de arte más importantes del siglo XX, y los protagonistas -faltaron John
Cazale y Marlon Brando por fuerza mayor- se sacaron una foto en el festival de
Tribeca. A partir del último sonido de la claqueta, fue muy fácil que las
siguientes décadas el lenguaje popular se impregnase de sus diálogos que, como
decía Preston Sturges, son esas cosas brillantes que te gustaría haber dicho
pero que en su momento no se te ocurrieron. ¡Y vaya si las dijimos! Solo los
autistas o los que no toman partido -y esos, según Dante, van directos a la
peor zona del infierno- no ha soltado en alguna ocasión, “Un hombre que no pasa
tiempo con su familia no puede ser un hombre de verdad”, “Mi padre le hizo una oferta que no pudo
rechazar...”, “Trata de pensar como la gente a tu alrededor y sobre esa base
todo es posible”, “Senador, ambos somos parte de la misma hipocresía, pero no
la extienda a la familia”, “El poder agota a los que no lo tienen”, “Dinero y
amistad… agua y aceite”, “Sé que fuiste tú,
Fredo, me destrozaste el corazón…”, “Si algo nos ha enseñado la historia es que
se puede matar a cualquiera”, “Deja el arma, coge los canoli”. Mi madre siempre
me repitió que, siendo un crío hiperactivo, de las pocas ocasiones en que estuve
tres horas quietecito fue cuando con tres años me llevo a ver El Padrino en un
cine de Ribadesella. Hace también tres años, durante una estancia en casa de
unos amigos en Long Island, tuve que cuidar a su hijo de un año y tampoco se
paraba quieto. Puse la televisión por cable y había un bucle con la trilogía de
El Padrino. Coloqué a Alessandro recto en el sofá, subí el volumen y le puse la
escena en que Michael Corleone visita al señor Vitelli, el padre de Apollonia,
para pedirle su mano y le revela quién es: “Algunas personas pagarían mucho por
esa información, pero entonces su hija perdería un padre en lugar de ganar un
marido”. Miré a Alessandro, era incapaz de apartar sus ojos de la pantalla, y
yo respiré tranquilo. La nueva generación de devotos estaba garantizada.
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