| martes, 11 de marzo de 2008 | 19:08


ICÓNICA

La famosa instantánea del Che tomada por Alberto Korda Díaz el 5 de marzo de 1960, denominada El Guerrillero Heroico, es la imagen más reproducida de la historia de la fotografía. Una postura adoptada en su serie por Homer Simpson, abrazada tanto por la iglesia como por la comunidad gay, tatuada en el cuerpo de Tyson o Maradona, envolviendo helados o preservativos o como gancho para vender vodka, es el icono por excelencia del siglo XX. Los ecos, parodias, pastiches, paráfrasis, imitaciones, reescrituras, refundiciones, intertextos o alusiones que se han hecho sobre él son legión. El impresentable Chávez lo nombró ante otro que tal baila, su homólogo iraní Mahmud Ahmadineyad, equiparándolo a Mahoma, y el señor Evo Morales, nada más llegar al poder, promovió la Ruta Che, un recorrido que comprende Vallegrande, Pucará y La Higuera, para ver el lugar donde fue fusilado. Y no olvidemos a la madre del cordero, Cuba, donde su figura se mantiene limpia, casi monacal, evitando cualquier referencia a su vida privada, aficiones o vicios. ¿Cómo?, me pregunto, ¿cómo es posible que un individuo cruel y violento, un tipo que soltaba perlas del estilo: La dictadura del proletariado se ejerce sobre el proletariado mismo, o Tenemos que crear la pedagogía de los paredones de fusilamiento y no necesitamos pruebas para matar a un hombre, o Un revolucionario tiene que convertirse en una fría máquina de matar, repito, cómo es posible que haya devenido en un modelo de solidaridad, casi un santo laico defensor de la vida, la justicia y la libertad? Ernesto Guevara, durante los seis meses que tuvo el mando de la fortaleza de La Cabaña mandó fusilar a cientos de personas, y durante los años de Sierra Maestra ejecutó a catorce -él en persona le reventó la cabeza a alguno de un tiro-. Y esto sólo para abrir boca. Repito de nuevo, ¿cómo es posible?

Pues una vez echadas cuentas, sólo hay una respuesta: la necesidad acrítica del ser humano de tener mitos. Una irrefrenable tendencia a creer que en este asqueroso mundo hay intacta una base de pureza, un ejemplo de entrega, y encima representada por un tío alto, guapo, que abandonó el poder para seguir repartiendo estopa y se lo cargaron joven, dejando un bonito cadáver. En verdad, El Che ha tenido mucha suerte históricamente, y más teniendo en cuenta que su par, Fidel Castro, va a quedar en los libros como la Chata de Pumarín. Personalmente, siempre he desconfiado de cualquier tipo que cada vez que habla mete en el mismo saco a la igualdad, la libertad, la justicia, el asesinato, el amor universal, la destrucción humana y las bombas. Porque comprendo al instante que es uno de esos cabrones que propugnan la utopía, que no es más que la negación de la democracia, es decir, esos paraísos colectivos que son la manera más rápida de acabar en Auschwitz. Por eso, cada vez que tengan cerca a alguien que dice tener visiones universales, aplíquenle el remedio ideal de Santa Teresa: que le doblen las raciones de comida; y si hay tentación de acudir a alguna manifestación por la paz enarbolando enseñas con la jeta del Che, tírenlas a la papelera y agarren por ahí a alguna paloma, que también son violentas y bastante cochinas, pero que si se les pone una ramita de olivo en la boca -si no tienen vale también laurel- dan el pego. Pero, sobre todo recuerden que la mayoría del bien que hay en el mundo depende de personajes no históricos, y que descansa en tumbas que ya nadie visita.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me estreno hoy en este blog y después de leer tu comentario sobre el Ché me comprometo a jurarte fidelidad eterna. Aunque la eternidad pueda durar un minuto, pero eso no importa. Ya tenía ganas de leer algo así y confieso que la mención a la Chata de Pumarín ha terminado por conquistarme.

IGNACIO DEL VALLE dijo...

Muchas gracias por tu interés. No he escrito nada nuevo, sólo hay que leer un poco de historia.

Un abrazo.