Decía Henry Kissinger -el diablo-, que la política no era tanto lograr la felicidad universal de la gente como encontrar las materias de interés común con el enemigo. El diablo, que lleva aquí desde que se encendió la primera estrella, algo tiene que saber. La política a golpe de tweet y frasecitas hechas no es capaz de leer la complejidad del mundo que nos toca gobernar, la cintura ha de ser mucho más elástica para obtener resultados. De hecho, los políticos no están cosechando más que la siembra de conceptos simplistas que han hecho durante todos estos años, y que a la hora de la verdad ahorman su capacidad de movimiento como una camisa de fuerza. Ellos se ahorcan solos. A la espera de que Errejón consume una nueva vía que morigere los excesos bolcheviques de su jefe -yo creí que Iglesias era más listo, la verdad-, el PP y el PSOE, con la alacridad de Ciudadanos, tendrían que devolver a las palabras su capacidad para hacer política real y efectiva, que no efectista. Descender al barro, donde las redes digitales no funcionan, y ponerse a recomponer el estado de bienestar y a rectificar la desigualdad social que nos abruma. Recuerden que los estudiantes hacen manifestaciones, pero los pobres hacen revoluciones. Por otro lado, continúa asombrándome la falta de redaños a la hora de que esas misma palabras no signifiquen lo que deben para enfrentarse al desafío secesionista. Conceptos como multa, inhabilitación o cárcel deberían de utilizarse con vigor ante los sucesivos chuleos a que nos tienen sometidos una camarilla de gente que actúan como infantes, forzando los límites una y otra vez sin que nadie se decida a quitarse el guante de seda. El PP debe pasar por una purga interna para cortar los miembros gangrenados a base de demasiados años de impunidad; el PSOE ha de aclararse las ideas y volver a proponer las alternativas socialdemócratas que hace mucho desestimó; Ciudadanos tiene que perfeccionar su vocación de engrasante entre los intersticios de la realidad, las componendas, las alianzas; Podemos -o lo que venga- ha de templar esa línea anarcoide pero necesaria, porque al igual que en su momento el surrealismo y el dadaísmo, no servirá para crear una sociedad estable pero alimentará con sus sueños a una sociedad capitalista y burguesa tendente al quietismo. Pero, ante todo, debemos continuar juntos, una España sólida y en formación de tortuga, a la romana, para enfrentarnos a los desafíos que se nos caerán encima de la forma más inesperada. La Historia debe continuar, y el diablo, querámoslo o no, seguirá a nuestro lado.
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