Posiblemente Freud sea más realista, pero Jung es mucho más literario. Y para un escritor como yo, resulta un verdadero placer leer cualquier ensayo del suizo. “Quizás nuestra representación no sea igual a la naturaleza de las cosas en sí”, con esta frase el defensor de los “arquetipos universales” introduce una bomba de relojería en la mentalidad occidental y aguarda tranquilamente mientras escucha el tic-tac a que el europeo medio salte por los aires. El inconsciente que juega con la conciencia, que la modifica; el inconsciente como disposición psíquica colectiva; las conexiones de su método analítico con las milenarias técnicas del budismo y el yoga… todo esto nos cuenta en sus “Escritos sobre la espiritualidad y trascendencia” editado por Trotta. Sus frases que resuenan en mi mente educada en la “razón práctica” con el mismo exotismo que si soltasen un tucán en medio de un edificio palladiano: “La única solución del mundo es irracional”, “los símbolos son los signos visibles de una realidad invisible”, “la razón es a la postre solo una más entre las posibles funciones espirituales”, “todo lo que existe terminará algún día por convertirse en su contrario”. Carl Gustav Jung escribe bien, con un estilo muy sugerente, repleto de alegorías, y compartas o no sus puntos de vista siempre resulta sustancioso, sobre todo cuando afirma que estamos repletos de sombras, demonios que se retuercen en nuestro interior, impulsos primitivos, indomesticables, que hemos de aprender a asimilar. Porque nosotros, como la vida, somos paradójicos, contradictorios, y afirma empero que lo unívoco es síntoma de debilidad. Cuando nos recuerda a Tertuliano: “Y muerto está el hijo de Dios, lo cual es realmente creíble, porque es absurdo. Y sepultado, resucitó; lo cual es seguro, porque es imposible”, no es más que para hacer comparativas con las paradojas de las doctrinas orientales: “El entendimiento que no entiende, eso es Buda. No hay otro”. Crea usted en el dogma católico -o no-, en el budismo -o no-, en el Tao -o no-, en las doctrinas tibetanas, en el yoga, en el zen, en el Satori, en el Valhalla, en las huríes, en el Santo Bebedor… -o no-, este libro anima siempre a una cosa que yo considero importante: abandonar -de vez en cuando o definitivamente- la antigua forma de ver las cosas para que el mundo adquiera un nuevo sentido.
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