| martes, 22 de abril de 2008 | 0:15




LOS AMIGOS DE ANTONIONI


Así los denomino, directores extraños ya al gran público, peces que nadan a 900 metros bajo el agua, justo el límite donde la luz no llega y la oscuridad se hace absoluta. Directores de una existencia tan legendaria como pueden ser los unicornios, que a menudo se permiten el lujo de hacer películas para fracasar, y cuya grandeza se mide como verdaderamente hay que medirla: sin pedestal. Necesitaría algún oscuro término en alemán para definir la mezcla de aprensión y placer que me producen algunas de sus películas. ¿Por qué?, ¿por qué ya nadie se toma el tiempo de ver al Antonioni de El desierto rojo, o La noche, o El reportero y se pierde en sus espacios irreales, en sus ensueños geométricos en blanco y negro repletos de personajes desorientados, estupefactos ante la vida? ¿Por qué no visionan Eve, de Joseph Losey, y se enamoran como me enamoré yo de la inmoral, insensible, melómana, cruel y cautivadora Jeanne Moreau? Véanla ya como abuela, pero igual de fascinante, en la maravillosa El tiempo que queda, de Ozon. ¿A qué se debe que cuando hablo de La piscina, de Jacques Deray, nadie recuerde la química sexual que desprendían Alain Delon y Romy Schneider? ¿Y qué me dicen de La caída de los dioses, de Visconti, en la que aparece el animal más hermoso del mundo, Helmut Berger, componiendo un Martin von Essenbeck pedófilo, incestuoso, perverso, nazi, bellísimo… Y Mi enemigo íntimo, de Herzog, en la que la mala bestia de Klaus Kinski descubre toda su complejidad en esa inolvidable escena final en la que juega delicadamente con una mariposa. Y No amarás, de Kieslowski, en la que la sensibilidad de los amores callados, la insoportable fragilidad del corazón en su papel de dios y esclavo, de enamorado y despreciado, se sufre y se disfruta en cada fotograma. Y la sublimación del éxtasis y el sufrimiento artístico a través de los ojos de un pintor en La bella mentirosa, de Jacques Rivette, en la que consigue que a pesar del desnudo continuo de Marianne, mientras posa, nosotros sólo podamos ver su alma. Y...