| miércoles, 16 de enero de 2008 | 0:02


LO QUE SÉ DE ÁNGEL GONZÁLEZ (in memoriam, Oviedo 1925-Madrid 2008)

Yo utilizo los libros de Ángel González como en otros tiempos se colocaban gárgolas en lo alto de los edificios, para combatir a los malos espíritus y ahuyentar los demonios. Dejo un libro en un voladizo de mi librería, otro libro en una esquina de un armario, otro más en equilibrio sobre una cómoda. Libros que son baluartes contra el caos, porque tienen en cuenta las diversas capas de sensaciones, las formas, los detalles y las superficies de la vida, y nos proporcionan un conocimiento íntimo y profundo de la misma. Cuando leo a Ángel González me siento como ese pasajero de Oviedo, el número cincuenta millones de una compañía aérea, que aterrizó y recibió una tarjeta oro y doce billetes gratis y quería preguntarle a su mujer adónde deseaba ir. Como él, experimento la misma sensación de bendecido e incluso me apetece tener una mujer para escogerle un poema adonde viajar. Porque en Ángel González aprendes que, finalmente, no quieres a tus semejantes por sus virtudes, sino por sus defectos, y que precisamente porque no somos finitos y acabados poseemos ese margen de maniobra necesario que nos hace adaptarnos a cualquier situación. En Ángel González también tomas conciencia de que la verdadera libertad no es estar a solas, sino en compañía, para reforzar esa libertad en el otro, para sentir estímulos referenciales y de referencia; y que lo que más podemos esperar de la vida es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega siempre demasiado tarde, una pequeña cosecha de remordimientos y, a veces, si hay suerte, un poco de ternura.
Abrir uno de sus libros es abrir una botella de tu whisky preferido, porque uno lo coge y sabe lo que va a encontrar, y lo desea y es de confianza. Hojearlo es tener claro que el único modo de seguir aprendiendo es seguir enseñando. Y que la sencillez es inapelable. Y que el mayor espectáculo del mundo no es la maldad, sino la bondad. Y que todo tiene sentido pero nada tiene intención. Y que penetrar la creación -al igual que esas cuerdas de la flota real británica trenzadas de tal manera que un hilo rojo las atraviesa enteras y no es posible desatar ese hilo sin deshacer el conjunto-, digo, penetrar la creación es comprender lo que tienen en común todos los objetos, sus ritmos y armonías. Y que la risa cura del fanatismo, porque no se conocen fanáticos con sentido del humor, ya que eso implica reírnos un poco de nosotros mismo. Y que hay muchos, muchos Ángel González, pero que, seguramente, todos están en este Muerte en el olvido:
Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees alto,
y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla ternura,
yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo-, el que la habita…
Esto es lo que sé de Ángel González.
Lo que sé con certeza.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir tan preciosas palabras.

Soledad Flaubert dijo...

Compartimos el recuerdo y la admiración a Ángel Gónzález defensor de la libertad. También hemos compartidos sus palabras. Leyendo tu blog, un brinco interior: has dado en el clavo:
"...tomas conciencia de que la verdadera libertad no es estar a solas, sino en compañía, para reforzar esa libertad en el otro, para sentir estímulos referenciales y de referencia".
También como tú, escogí uno de los regalos que nos ha hecho: "Muerte en el olvido": las escribí en mi blog y te las envío: http://enelojopatio.blogspot.com/2008/01/recordando-ngel-gonzlez.html
Saludillos desde Andalucía

Begoña Argallo dijo...

Nunca leí algo de este hombre. Es tal mi ignorancia, pero pienso leerlo todo sólo por la inteligencia, belleza y sencillez de eso que aquí expuesto.
Gracias una vez más por acercarnos a la gente que aún después de muerta nos hará soñar.