Tras más de una década, el marfil de la torre se termina aquí. A partir de ahora pueden seguirme a través de mi página web, twitter y facebook.
En los momentos
difíciles surgen flores extrañas. Es la frase que se me ocurre para definir
esta miniserie protagonizada por el talentosísimo Benedict Cumberbartch, basada
en los libros del aristócrata Edward St,.Aubyn. Tocar el fondo del infierno
lleva su tiempo, y Patrick Melrose, trasunto del escritor, se toma el suyo mediante
un cóctel de alcohol, drogas, ironía y autocompasión, a causa de una psique
destrozada por los abusos de su padre cuando era niño y la ausencia de una
madre alcohólica, ella era una niña
perfectamente conservada en un tarro de dinero, alcohol y quimeras. La
clase alta británica, hipócrita y amoral, es minuciosamente despiezada con un
ritmo intenso y agridulce, apoyado en una utilización sublime del color en cada
escena. Sadismo, adicciones, mordacidad, alguna epifanía, intentos de suicidio,
transgresión de todo tipo de tabúes: una ruleta que va girando en busca de una
bala terminante que nunca llega. La gente
nunca recuerda la felicidad con el cuidado que le dedica a recordar cada
detalle del sufrimiento. Patrick Melrose mira desde su habitación de hotel
-carísima, of course- y se pregunta en un bajón de la farlopa y el caballo para
qué sirve una ventana si no es para tirarse por ella. Si la victoria tiene solo
un relato y la derrota cientos, la serie se aplica en contar los numerosos
puentes que han quedado rotos sobre las turbulentas aguas del inconsciente, repletas de tenebrosos marrajos: Martinis, clubes privados, sobres llenos de billetes en
el bolsillo -dinero que le llega del cielo, dinero sin sudor-, traumas, chutes
de heroína, la voz en off de sus pensamientos torturados, humor negro.
Precisamente la acidez es uno de sus aciertos: vamos a menos, dice una de las amigas de Patrick, antes mis amigos me contaban cómo utilizaban
la mantequilla en sus sesiones de sexo, ahora me relatan cómo la han quitado de
sus dietas por el colesterol. Cinco únicos capítulos que se corresponden con
las cinco novelas de St. Aubyn: un viaje desde los años sesenta en el sur de
Francia, que pasa por NYC en los ochenta y termina en Gran Bretaña a principios de
2000, en el que destaca un terrorífico Hugo Weaving -si recuerdan a Elrond en
El Señor de los Anillos y al agente Smith
en Matrix-, como padre de Patrick, que les quitará el sueño, o peor, se lo
llenará de pesadillas infantiles. Gran serie, entretenimiento de calidad, y un
personaje con el que se reirán, le tendrán compasión y en ocasiones se
desesperarán: la heroína es lo único que
realmente funciona, lo único que detiene la carrera del hámster en la rueda, la
heroína es el séptimo de caballería, se enrosca en mi sistema nervioso como tu
gato se enrosca alrededor de su cojín preferido, es como un puñado de gemas
cayendo de tu mano.
No estoy loco, decía El
Sombrerero Loco en el libro de Carroll, solo que mi realidad es diferente de la
tuya. He estado reflexionando mucho sobre esta y otras frases de un personaje
tan perturbador como complejo. El señor Sánchez y su gobierno poseen la
“muchosidad” que decía El Sombrerero, y creo que también aspiran no a una
realidad política, sino a una realidad psíquica. Un marco que transforme lo
imposible o lo increíble en algo de andar por casa. Por ejemplo, inaudito es tirar
de decreto para puentear uno de los resortes de control sobre el endeudamiento
presupuestario como es el Senado, rompiendo el equilibrio de poderes y minando
el sistema constitucional. Así se comienzan a vaciar las competencias de
ciertos organismos, y no estoy haciendo comparaciones con ciertos regímenes que
vienen a las mientes, pero por algo se empieza. Otro botón: inverosímil es que
un funcionario como el juez Llanera, que se ha estado partiendo la cara contra
unos golpistas, ahora se vea sin protección ni cobertura legal ante la demanda
-igualmente quimérica- de un delincuente como Puigdemont y su tropa. Otra
muestra: se permite la reapuertura de las embajadas catalanas cuando se ha
demostrado una y otra vez que son instrumentos de propaganda independentista -y
no precisamente para vender cava o fuet-,
que hacen mucho daño en el exterior. Podría seguir muchas líneas, y dejo
para otro artículo la fastidiosa costumbre de cambiar a todo dios cuando muda
el signo político -más de seiscientos cargos, muchos utilizados como canonjías-,
cuando hay organismos -Instituto Cervantes, TVE, etc…- que deberían estar
blindados contra los vaivenes políticos. Pero lo dicho: hoy no toca. Ya
sabemos que cada paso que dé el señor Sánchez va a estar condicionado tanto por
Podemos como por los nacionalistas, cuando no directamente atornillado. Ante la
opción de convocar elecciones, se prefiere continuar artificialmente en el
poder a base de crear realidades cada vez más fantasmales y alejadas tanto del
ciudadano como de Europa. Esos presupuestos que se suponen progresistas y
progresivos no harán más que crear sombras que se concretarán en dolorosas que pagaremos todos, la
izquierda, el centro -si existe- y la derecha. Sobre el concepto que tiene
Sánchez del poder, una forma dúctil, elástica, en la que cabe todo con tal de
no perderlo, las emanaciones del Sombrerero Loco tienen un campo abonado para
cualquier tipo de experimento que conlleve la necesidad ciega, esa nebulosa
estimulada por nacionalistas, populistas y ultras, conveniente para llevar a
cabo sus propios designios. ¿Sabes cuál es el problema de este mundo?, resuena
de nuevo El Sombrerero en mi cabeza, que todos quieren una solución mágica a
los problemas, pero todos rehúsan creer en la magia. Pues eso, que solo hace
falta creer en la magia. Hay que reflexionar. Hay que hacerlo.
Tras un año atareado, nos tomamos un descanso en el blog. Regresamos a mediados de septiembre. No olviden que estaré todo agosto con Afinando los sentidos, en JELO EN VERANO, Onda Cero, junto al gran Arturo Téllez. Todos los miércoles, a partir de las 18.00, una hora de cultura y entretenimiento a nivel nacional. Compartan con nosotros.
En cuestión de vodkas, tengo por seguro que el rey es el Beluga ruso. Pero este vodka lituano es delicioso. Lo descubrí en un viaje a Vilnius: el primer sorbo helado fue seda, y después el paladar contaminado por el tallo de trigo que flota en el interior de la botella le provee de unos matices singulares que les aconsejo explorar. Además es barato. Son 70 centilitros de placer.
Si voy a El Prado, hay dos cuadros con los
que tengo siempre una cita: El paso de la laguna Estigia, de Joachim Patinir, y El triunfo de la muerte, de Pieter Bruegel el Viejo. En estos días se ha procedido
a restaurar los colores originales de la tabla, y la enunciación de la
inevitabilidad de la muerte sobre todo lo mundano se muestra en toda su gloria,
tanto en la brillantez de sus rojos y azules como en la aparición de detalles
inusitados bajo los repintes y restauraciones. Cuando contemplas el espectáculo,
sabes que Bruegel sabía: la danza de la muerte, el Juicio Final, los batallones
de esqueletos -siempre me acuerdo de los de Ray Harryhausen en “Jasón y los
Argonautas”-, las fauces de lnfierno, recién abiertas. Frente a tanta
barrabasada que pasa por arte, la virguería de Bruegel fulmina cualquier
pretenciosidad y, citando a Murakami, convoca el misterio que hace que las
piedras floten y los corchos se hundan. Los muertos están aquí para llevarse a
los vivos, regimientos de esqueletos, a pie y a caballo, otros que amenizan la
carnicería tocando instrumentos musicales. Carretas llenas de calaveras,
decapitaciones, perros que mordisquean bebés, sodomizaciones, reyes a quienes
la púrpura no libra de la arena del tiempo… Uno de los esqueletos es especialmente
terrorífico: blande una guadaña mientras cabalga arramblando con todo. Los
muertos caen sobre los vivos, una marabunta ósea que realiza el censo de todas
las posibles maneras de morir; el cielo abrasado, la conflagración universal,
los ataúdes desenterrados, la carne sanguinolenta. El hombre, como animal social y cultural que es, no soporta la naturalidad de la
muerte, tiende a pensarla, categorizarla, legislarla, pero Bruegel ejerce de
demiurgo de nuestros vicios y miedos y me propone una tonificante catarsis
que, contrariamente a lo que se podría suponer, ejerce de fulcro para mi buen humor
y salgo siempre con ganas de disfrutar el tiempo que me queda, de ser aquel
Sísifo feliz que escribía Camus. La muerte está ahí, y sucede, en cualquier
momento, porque ocupa todos los resquicios, y contra ella no cabe desenvainar
la espada o rezar o entregarse a ella por voluntad propia o correr para
salvarse: la muerte es aquí y ahora y en todo lugar y en todo tiempo, y cuando
suceda ya no estaremos. Morir no es nada, lo único grave es estar muriéndose,
eso es lo único de lo que hay que preocuparse: que sea algo rápido y limpio.
Entre tanto, seguiré disfrutando de este símbolo que contiene todos los
símbolos.
No soy fan del señor Sánchez
-quien haya leído mis artículos sabe lo que pienso de él-, pero me
ha sorprendido y me interesa el gobierno que ha pergeñado. Acerca del
-vilipendiado en las redes- ministro de Cultura, digo lo mismo: todo el mundo merece
una oportunidad, y más contemplando los anteriores ministros, que excelencia
artística no implica capacidad de gestión, y viceversa. Solo recordar la
lección de Barrio Sésamo que nos regaló Torreblanca: la socialdemocracia utiliza los mecanismos de la
economía de mercado para crecer y los mecanismos estatales para redistribuir el
crecimiento económico logrado. Crecer para repartir, nunca repartir antes o a
costa de crecer. A día de hoy, ya no me interesa demasiado la ironía posmoderna
o si mezclas la ropa blanca con la de color en política, lo que busco es
eficacia, que el país siga funcionando y que continúe unido. Si el señor
Sánchez, después del lamentable balance que lleva acumulado es capaz de
aprender de sus errores y ser venero de un gobierno equilibrado, no seré yo
quien lo acuchille. Ya lo decía Cicerón: una nación puede sobrevivir a los
locos y a los ambiciosos, pero no puede sobrevivir a la traición desde dentro.
Respecto a la paridad o que haya más o menos gays, digo también lo de siempre:
solo me importan los méritos, el sexo o la orientación sexual me da exactamente
lo mismo. Si las intenciones del señor Sánchez son repetir los afeites del señor
Zapatero, mal vamos: por sus obras los conoceremos. El problema evidente es que
no sé si tendrán tiempo u oportunidad para trabajar, y también me preocupan las
promesas que se puedan hacer a cencerro tapado a los golpistas catalanes -que
todavía no conocemos-, así como las concesiones a partidos soberanistas y
formaciones autonómicas. Respecto a un hombre como Sánchez -que estoy
convencido milita en la sentencia gramsciana acerca de que la victoria,
profesionalmente hablando, es un fin en sí misma-, pensar que se puede
convertir en un estadista de la noche a la mañana solo puede entenderse desde
la superstición. Dicho lo cual, les deseo suerte para enfrentarse en estos
meses al asedio de colmillos retorcidos: lo importante es que España funcione y
no ceda a chantajes, que España converja con Europa y que no extravíe el maná público.
Ahorrémonos el pesimismo, que solo es útil en épocas de gloria.
El mordisco de la soledad, la
ausencia de cariño, la desaparición del amor. Son asuntos duros, sin duda, que
nos conciernen a todos en nuestra fragilidad. En Japón, por circunstancias
particulares, la soledad parece adquirir carices hiperbólicos, y las personas
con ciertos posibles lo remedian como pueden. Alquilar esposa e hija es una de
las posibilidades: “creía que era fuerte, pero cuando terminas solo te sientes
muy, muy solo”, lo justifica el protagonista. Hay muchas empresas que se
dedican a este negocio, Family Romance es una de ellas; puedes rentar deudos de
toda condición, y para casi todos los cometidos familiares: ir de compras con
una nieta, una esposa que te espere con una tarta recién horneada, una familia
para ir a zoológico… Pero no solo, también se incluye pompa y circunstancia:
¿que necesitas un fiancé para que lo conozcan tus padres? Dime cómo lo
quieres. ¿Qué necesitas un hermano o un padre postizo para que te haga de
testigo en algún acto? Te lo buscamos en un plis plas. Incluso si necesitas un
novio para hacer una boda fake, lo puedes tener, o cosas mucho más
epatantes: contratar un señor para que te cante las cuarenta porque has
defraudado a tus empleados como gestor, ya que jerárquicamente es Japón sería
impensable que fuesen estos quien te criticasen. El contrato que más me llamó
la atención fue el de directores falsarios que se iban a disculpar con clientes
que enarbolaban la hoja de reclamaciones, o amantes quiméricos que las mujeres
presentaban a sus cabreadísimos maridos porque estos demandaban una disculpa
-la cosa se complicaba cuando el atrabiliario marido también exigía que viniera
la esposa cornuda, aunque también eso se podía arreglar-. El abanico de
posibilidades es realmente amplia, y hay muchos factores para que esta opción
sea corriente en aquel país: el envejecimiento de la población, la
desestructuración posmoderna de la familia, la voladura de las tradiciones
confucianas, las ramificaciones filosóficas niponas de la famosa sentencia de
Foucault de que las cosas no vienen predeterminadas, sino que se pueden
construir, lo que importa es que funcionen… A unos les puede parecer grotesco,
a otros posibilista o consolador. No juzgo. No me he visto en la situación y no
me querría ver. La vida no es una francachela, y se puede torcer de formas tan
devastadoras que no podrías ni imaginar. Los celebrantes suelen ser actores, bien
parecidos, o sencillamente con las características físicas exigidas por los
clientes. En unos casos han tenido influencias benéficas sobre ellos, en otros
se han desarrollado relaciones tóxicas que obligaron a terminar el contrato. "Los japoneses son raros", podría ser el resumen habitual de este hecho. Aunque
creo, que en cuestiones afectivas, no más raros que cualquiera, ni siquiera que
un español.
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