Comienza el rodaje de la película

| jueves, 27 de enero de 2011 | 12:15





Desde el primer segundo en que Arturo Andrade apareció en mi cabeza, ya buscaba una película. Y por fin ha llegado. Gerardo Herrero -ganador de un Óscar por El secreto de sus ojos- producirá y dirigirá la adaptación al cine de mi novela El tiempo de los emperadores extraños. Juan Diego Botto será Arturo Andrade, y Carmelo Gómez, el sargento Espinosa. En febrero se empezarán a rodar los exteriores en Lituania, y los interiores, en los decorados construidos en la Ciudad de la Luz, Alicante, y yo seré testigo de cómo mi sueño se hace realidad.


http://www.diariovasco.com/v/20110128/cultura/gerardo-herrero-recrea-frente-20110128.html

http://2gmblog.blogspot.com/2011/01/gerardo-herrero-recrea-el-frente-ruso.html

http://www.elcomerciodigital.com/v/20110128/gente/thriller-sello-asturiano-20110128.html


































Les jardins prives

| domingo, 23 de enero de 2011 | 14:26


En Madrid dispongo de tres o cuatro lugares secretos, sitios donde me voy a pasear, leer, o sencillamente a cazar gamusinos el día que descanso de mi febril y extenuante vocación de escritor. Son sitios privados, íntimos, aunque sean públicos, donde en mi vida no se crea beneficio, sino valor. Entre ellos, un espacio cimero lo ocupa la Fundación Lázaro Galdiano. Este museo sito en un palacio neoclásico al final de la calle Velázquez no es demasiado popular, lo que añade a la prestancia de su colección un plus inestimable: la tregua, el reposo, el spa, ese salus per aqua -en este caso per arte- que se experimenta al recorrer cualquiera de sus 37 salas. Tanto que su recuerdo resulta tan gratificante y terapéutico como la experiencia directa de su lentitud humanista, ese paseo por las diferentes colecciones de pintura, esmaltes, marfiles, armas antiguas, joyas, bronces, trajes, muebles, cerámicas, cristales, orfebrería… En el Lázaro Galdiano se dan los tres conceptos de la tradición estética: la poiesis, la capacidad artística de crear, la aisthesis, el percibimiento de esa belleza, y la catarsis, el efecto nuclear que ejerce en nuestra conciencia. En sus habitaciones puedo comprobar cómo tantos artesanos antes de mí crearon sus mundos interiores alejados de la realidad, y que en ese proceso, para no volverse locos, tuvieron que devolver a la misma un producto, un puente para no quedar atrapados en dichos universos imaginarios. La creación artística como liberación de uno mismo, ese instinto intelectual denominado arte: un suntuoso colgante de plata, un bargueño labradísimo, un sable con empuñadura de plata, una tela de seda e hilos de oro, un bodegón holandés… Todo el museo es un diálogo apetecible -muy similar al que se mantiene en el Gulbenkian de Lisboa, cuyo espíritu y composición se me antojan gemelos-, aunque hay una conversación muy especial, recurrente, que a mí me ocupa siempre mis buenos minutos. Entre la magnífica selección de pintura, Berruguete, Constable, Goya, Zurbarán, Gainsborough, Ramsay, Madrazo, Lucas Cranagh, Brueghel el Joven… entre toda esa oposición entre línea y color, el dibujo como fundamento de la pintura o el color como aplicación primordial y directa, se hayan las Meditaciones de San Juan Bautista, de Hieronymus Bosch. Y es ahí donde yo me planto, frente a una tabla al óleo, no muy grande, apenas 50 por 40, y permanecemos solos, y nadie nos perturba, y empezamos a hablar, y en cada ocasión me enseña una palabra nueva de su léxico esotérico, un inesperado símbolo, una esquina que no aprecié de su arquitectura o un pájaro azul que antes no había vislumbrado. Y mientras, yo le hago compañía, como alguien se la habrá hecho trescientos años antes, como alguien se la hará en los trescientos por venir…

Premio del Festival de Toulouse

| martes, 18 de enero de 2011 | 22:22


Empereurs des ténèbres, editorial Phébus, la edición francesa de El tiempo de los emperadores extraños, se encuentra entre las novelas finalistas del premio Violette Noir del Festival de novela negra de Toulouse. Se concede a la mejor novela negra extranjera publicada en Francia.

Y sigue la estupenda acogida en los medios

http://www.lemonde.fr/livres/article/2010/06/17/empereurs-des-tenebres-d-ignacio-del-valle_1374187_3260.html

http://www.franceculture.com/emission-jeux-d-epreuves-emission-du-samedi-17-juilllet-2010-2010-07-17.html

http://www.liberation.fr/culture/06012141-sous-les-couvertures-alex-ross-ignacio-del-valle-susanna-rowson

http://www.telerama.fr/livres/empereurs-des-tenebres,57327.php


La fatalidad de las rosas

| domingo, 16 de enero de 2011 | 15:44



Blake Edwards, el maestro de la comedia, que dejó un rastro de carcajadas hasta su tumba, rodó la que para mí es y será una de las tragedias más oscuras y desesperadas de la historia del cine: Días de vino y rosas. Siempre equiparo esta película a Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, o a las siniestras fotografías de rostros mutilados de esa misma contienda, que hacen saltar por los aires cualquier tentación de colocar un cristal de épica o belleza frente a la simple y cruda atrocidad. Esta es una película sobre el infierno, uno en Panavisión, inmenso y sin fondo: el infierno del alcohol. En este Tártaro no hay risas ni inocencia, no hay alegría, sólo una caída libre y descarnada quemando todas las etapas de la degradación: resbalón ineludible ante cualquier vaso lleno, abandono de las responsabilidades familiares y profesionales, malos tratos, cíclicos y ruinosos intentos de rehabilitación, degradación física y mental, delirium tremens, delincuencia. Jack Lemmon -ese actor- y una desgarradora Lee Remick muestran sin afeites el alcoholismo instalado en la clase media americana, paradójicamente el cimiento del imperio, con la música de Henry Mancini como fondo y la reminiscencia del poema Vita summa brevis, de Ernest Dowson, enmarcando la tragedia: «They are not long, the days of wine and roses: out of a misty dream/our path emerges for a while, then closes/within a dream». Ellos, sabiamente guiados por la batuta de Edwards, meten la mano en la mierda y comienzan a removerla lentamente, nos dicen de las adicciones que gobiernan nuestras vidas, de cómo se bunkerizan en nuestra mente y se hacen fuertes contra todo y contra todos, de cómo los futuros brillantes y prometedores pueden escurrirse por agujeros legamosos. Terrible, angustiosa, funesta, desdichada y dura, durísima la escena en la que Joe Clay destroza el invernadero del padre de Kirsten, en cuya casa se habían refugiado huyendo de su extrema dependencia, mientras busca un par de botellas de whisky que habían escondido. En Días de vino y rosas no hay sermones ni consejos, sólo resacas que cuartean el carácter, mala conciencia, debilidad, autoengaño, tristeza, propósitos de enmienda y nuevas recaídas, destrucción del amor propio. Una llave que abre la casa de los horrores. Algo cuya tenebrosidad reside en lo normal que resulta tomarse la primera copa.

Rastros de amor

| miércoles, 12 de enero de 2011 | 22:26


Estas navidades, en una de las múltiples cenas, al lado de un conocido, en el segundo plato. De repente éste se queda rígido, vigilando obsesivamente una mesa al fondo del restaurante; luego su mirada sufre un cambio, se suaviza, se vuelve muelle, como recordando. Se me acerca y me dice con un velo de nostalgia en los ojos: ¿ves aquella chica, la que sonríe en aquella mesa? -silencio-, esa es la mujer que más daño me ha hecho en la vida.

Tony Judt

| domingo, 9 de enero de 2011 | 23:32



Se confunde la libertad para hacer dinero con la libertad en sí, esa parece ser la conclusión del sólido y emocionante opúsculo de Tony Judt, una defensa de la socialdemocracia a través de la reconstrucción de la historia del Estado de Bienestar en Occidente, y la consiguiente denuncia de su progresivo desmantelamiento en los últimos treinta años. Una fórmula que tras las guerras mundiales redujo la desigualdad, el desempleo y la inflación mediante la intervención estatal a fin de que, como escribía Condorcet, esa libertad ya no sea, a los ojos de una nación ávida, más que la condición necesaria para la seguridad de las operaciones financieras, ha devenido en una generación obsesionada con la riqueza e indiferente al resto de consideraciones. Es el eclipse del pensamiento político frente a los mercados, un cambio tectónico que liquidó la denominada economía moral. Judt, siguiendo la afirmación de Keynes de que para la emancipación de la mente es imprescindible hacer primero un estudio de la historia de las opiniones, hace desfilar por sus páginas a Roosevelt, De Gaulle, al antedicho Keynes, Malraux, Reagan y la Thatcher -tanto monta-, la Nueva Izquierda, los neoliberales, el 68 y aledaños… estableciendo una hoja de ruta del apogeo de la vieja y buena tradición liberal hasta el actual y sombrío estado de cosas. Desempleo salvaje, desigualdades flagrantes, una juventud sin horizontes, castas impermeables de millonarios… El panorama a veces resulta desolador debido al retroceso de la regulación estatal y a la ralentización, cuando no desaparición de la meritocracia, la movilidad social y la democratización de la alta cultura para elevar el nivel de los gustos populares en vez de limitarse a satisfacerlos -¿de qué nos suena esto?-. Si bien en ocasiones Tony Judt se pasa de catastrofista, ya que el Estado no ha retrocedido tanto como él postula, lo que resulta meridianamente claro es que para defender la democracia y unos buenos desagües, recordando a John Betjeman, es cardinal articular de nuevo no sólo las responsabilidades del Estado, sino las del ciudadano que lo legitima -su capacidad crítica, sus exigencias a ese mismo Estado-. El objetivo es la máxima igualdad -por arriba, no por abajo-, porque cuanto más igualitaria es una sociedad, más confianza segrega, más estabilidad, más facilidad para aplicar las medidas radicales en la arena pública. Citando de nuevo a Condorcet: al Tesoro siempre le resultará más barato mejorar la condición de vida de los pobres para que puedan comprar grano que bajar el precio del grano para ponerlo al alcance de los pobres.